1-LA TABERNA DEL TURCO
Diego Alatriste y Tenorio fue
soldado de los tercios viejos de las guerras de Flandes, pero cuando el
narrador lo conoció en Madrid era un espadachín de alquiler por cuatro
maravedíes por asuntos de cuernos, herencias o deudas de juego, era experto
tanto en espada como en daga vizcaína. Lo de capitán era un apodo antiguo,
cuando un capitán de los tercios con 30 soldados marcharon contra un
destacamento holandés. El capitán murió en la primera refriega y Diego asumió
el mando de “capitán por un día”, degollaron a los holandeses pero fueron
sitiados por los holandeses sobreviviendo solo dos: el propio Diego y el
soldado Lope Balboa, guipuzcoano, padre del narrador. Lope murió en la batalla
de Julich, mientras que Diego estuvo en la victoria de Breda (siendo retratado
por Velázquez detrás del caballo), pero antes le juro a Lope que se haría cargo
de su hijo Iñigo, quien se presentó en Madrid con 13 años como criado de
Alatriste. Su madre tenía dos hijas y le daba la oportunidad de fortuna en la
Corte. Hacía poco que Alatriste regresó de Flandes y aún tenía una herida
fresca en el costado recibida en Fleurus.
Batalla de Julich
La rendición de Breda.
Debía ser el año 1625 cuando la historia de los enmascarados y los dos ingleses, donde consiguió dos enemigos de por vida: Luis de Alquezar, secretario del Rey y su sicario italiano Gualterio Malatesta. Mientras el propio Diego se enamoró de Angélica de Alquezar, una niña rubia de 12 años que resultó ser un diablo. Alatriste había estado tres semanas en la cárcel de la Corte por impago de deudas, allí era ayudado por sus amigos como Caridad La Lebrijana, dueña de la taberna del Turco que le enviaba potajes o Francisco de Quevedo y Juan Vicuña que le mandaban algunos reales de a cuatro. Nada más ingresar en el “estaribel” fue al “jaque” más peligroso y lo amenazó con una cuchilla: desde entonces nadie lo molestó por ser un “hombre de hígado”, así consiguió la lealtad de Bartolo Cagafuego. Alatriste podía hacer amigos hasta en el Infierno. En el 22 o 23 salió de la cárcel, flaco con espeso bigote, capa y sombrero de ala ancha con pluma roja, ojos claros y mirada “glauca como el agua de los charcos en la mañanas de invierno” (ripiazo). Su ropa apestaba y estaba llena de bichos, fue a los baños de Mendo El Toscano, que también era barbero. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices: una pequeña en la ceja izquierda, dos de arma blanca en pecho y muslo, una de balazo en la espalda y una quinta en el costado. Vestía jubón gris y calzones valones grises y espada toledana de grandes “gavilanes”. Marchó a la taberna del Turco para beber junto a sus amigos el poeta Francisco de Quevedo, el jesuita Dominé Pérez y el abogado Calzas. Quevedo estaba “azumbre” bajo los efectos del vino de San Martín de Valdeigleisias. Era “cojitranco” y “putañero”, de la orden de Santiago, de “buenos versos y mala leche”, lo que le costó el destierro y la prisión, era amigo de Alatriste y frecuentadores de la taberna del Turco.
Alatriste y Quevedo en imágenes de la película.
Quevedo exigía un duelo a los de la mesa vecina porque lo felicitaron por unos versos que eran de Luis de Gongora, su más odiado adversario en la “república de la letras”, al que acusaba de sodomita y judío. Su respuesta fue un verso: “yo untaré mis versos con tocino”. El capitán Alatriste intento apaciguarlo al igual que Dominé Pérez, de la iglesia de San Pedro y San Pablo: “bella gerant alii”, mientras el licenciado Calzas, leguleyo de pleitos interminables para sangrar a sus clientes, le picaba. Al final se retaron todos en la calle pero fueron disuadidos por el teniente de alguaciles Martín Saldaña: se fastidió la fiesta, se quejó Quevedo.
Debía ser el año 1625 cuando la historia de los enmascarados y los dos ingleses, donde consiguió dos enemigos de por vida: Luis de Alquezar, secretario del Rey y su sicario italiano Gualterio Malatesta. Mientras el propio Diego se enamoró de Angélica de Alquezar, una niña rubia de 12 años que resultó ser un diablo. Alatriste había estado tres semanas en la cárcel de la Corte por impago de deudas, allí era ayudado por sus amigos como Caridad La Lebrijana, dueña de la taberna del Turco que le enviaba potajes o Francisco de Quevedo y Juan Vicuña que le mandaban algunos reales de a cuatro. Nada más ingresar en el “estaribel” fue al “jaque” más peligroso y lo amenazó con una cuchilla: desde entonces nadie lo molestó por ser un “hombre de hígado”, así consiguió la lealtad de Bartolo Cagafuego. Alatriste podía hacer amigos hasta en el Infierno. En el 22 o 23 salió de la cárcel, flaco con espeso bigote, capa y sombrero de ala ancha con pluma roja, ojos claros y mirada “glauca como el agua de los charcos en la mañanas de invierno” (ripiazo). Su ropa apestaba y estaba llena de bichos, fue a los baños de Mendo El Toscano, que también era barbero. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices: una pequeña en la ceja izquierda, dos de arma blanca en pecho y muslo, una de balazo en la espalda y una quinta en el costado. Vestía jubón gris y calzones valones grises y espada toledana de grandes “gavilanes”. Marchó a la taberna del Turco para beber junto a sus amigos el poeta Francisco de Quevedo, el jesuita Dominé Pérez y el abogado Calzas. Quevedo estaba “azumbre” bajo los efectos del vino de San Martín de Valdeigleisias. Era “cojitranco” y “putañero”, de la orden de Santiago, de “buenos versos y mala leche”, lo que le costó el destierro y la prisión, era amigo de Alatriste y frecuentadores de la taberna del Turco.
Alatriste y Quevedo en imágenes de la película.
Quevedo exigía un duelo a los de la mesa vecina porque lo felicitaron por unos versos que eran de Luis de Gongora, su más odiado adversario en la “república de la letras”, al que acusaba de sodomita y judío. Su respuesta fue un verso: “yo untaré mis versos con tocino”. El capitán Alatriste intento apaciguarlo al igual que Dominé Pérez, de la iglesia de San Pedro y San Pablo: “bella gerant alii”, mientras el licenciado Calzas, leguleyo de pleitos interminables para sangrar a sus clientes, le picaba. Al final se retaron todos en la calle pero fueron disuadidos por el teniente de alguaciles Martín Saldaña: se fastidió la fiesta, se quejó Quevedo.
Saldaña llevaba un jubón de
coleto de ante, que amortiguaba las cuchilladas y armas com “más hierro que
Vizcaya”, consiguió este puesto tras la tregua de Felipe III con los
holandeses, según algunos porque su mujer era amante de un corregidor que lo
nombró jefe de las rondas de los cuarteles (barrios) de Madrid. Saldaña
recrimina a Alatriste que hace solo unas horas que había salido de la cárcel y
su perspectiva era ser escolta de algún lindo “pisaverde” y le explica que “hay
alguien que te necesita” a cambio de una buena bolsa de 60 escudos en doblones
de a 4. Se trataba de una emboscada en compañía de otros, tal vez solo para
persignar con un chirlo ( una cicatriz). Alatriste quiso saber quienes serían
los “gorriones” (cómplices) pero Saldaña dice que solo es un mensajero.
Alatriste se consuela pensando que 15 doblas de a 4 en oro son 700 reales,
suficientes para salir de apuros y adecentar los dos cuartuchos que tiene
alquilados en la calle del Arcabuz, detrás de la taberna del Turco.
2 – LOS ENMASCARADOS.
Alastriste marchaba embozado con
una capa prestada por Quevedo, usada como broquel para defenderse o para
arrojarla, parándose junto a un portillo alumbrado por un farol en la hora
menguada (medianoche) entre los “agua va”, los matones y los salteadores,
partiendo de la antigua puerta de Santa Bárbara. Alatriste llevaba un coleto de
cuero de bufalo para amortiguar las cuchilladas. No se fiaba mucho de Marín
Saldaña porque todo se compraba en la corte de Felipe IV. Golpeó 4 veces y dio
el santo y dijo su nombre, entonces un fámulo (criado) lo llevó a un edificio
en el camino de Hortaleza. Llegó a una habitación donde se encontró con otro
embozado de capa negra y ojos negros y luego a una vieja biblioteca donde se
encontraron con dos enmascarados, uno de ellos con barba negra, encajes finos
de Flandes, cadena de oro y la que llamaban “Excelencia”: “no quiero muertos
solo algún picotazo al más rubio”. Eran dos ingleses de nombres ficticios
Thomas y John Smith que llegaría al día siguiente a Madrid con destino a la
Casa de las Siete Chimeneas, residencia del conde de Bristol, embajador de
Inglaterra. Les dicen que debe parecer obra de unos salteadores, deben herirlos
de poca gravedad y robar la documentación que llevan para después llevarla al
convento del Carmen Descalzo con el santo y seña de “monteros y suizos”. Les
dan 5 doblones a cada uno y le resto cuando finalicen la misión. El otro
embozado de nombre Gualterio Malatesta pregunta si se pueden quedan con las
bolsas de los “pardillos”. Tras marchar “Su Eminencia” por una puerta escondida
por un tapiz, apareció un monje con el hábito blanco y negro de los dominicos,
quien les dio una nueva orden: los dos herejes debían morir, y para ello les
dio otras 10 piezas de a 4 por adelantado. Era el padre Emilio Bocanegra, presidente
del Santo Tribunal de la Inquisición. La semana anterior mandó quemar en la
Plaza Mayor a cuatro criados jóvenes del conde de Monteprieto por sodomía,
mientras que el propio conde, soltero y grande de España era desterrado a
Italia.
3 – UNA PEQUEÑA DAMA.
Iñigo reflexiona sobre su infancia: “la verdadera patria de un hombre es su niñez”. La taberna del Turco era una de las 400 de Madrid para 70.000 habitantes (1 por cada 175), era una “bodega de comer, beber y arder”, en la esquina de las calles Toledo y Arcabuz, a 500 pasos de la Plaza Mayor, sobre ella se hallaban sus dos cuartuchos y la taberna hacía de sala de estar.Supuesta ubicación de la taberna del Turco, en el Madrid actual.
Era confortable y entretenida y en su carta de vinos se ofrecían: Valdemoro, Moscatel y oloroso de San Martín de Valdeiglesias. El capitán conservaba cierta afición a la lectura y su autor favorito era Lope de Vega y a las Gacetas de aquel tiempo “magnífico, decadente, funesto y genial” donde aparecían versos anónimos que se reconocían de Quevedo: “Aquí yace Misser de la Florida”. Para Diego, de 13 años, aquella era una “escuela de la vida”. En la taberna se reunía Alatriste con sus amigos para largas discusiones, entre ellos: Juan Vicuña, sargento mutilado de Nieuport, donde perdió la mano derecha, siendo propietario ahora de una pequeña casa de juego. Eran los tiempos de la tregua de Felipe III con numerosos soldados sin trabajo entre ellos Alatriste, cuando acabó la tregua se apresuró a alistarse con su antiguo general Ambrosio de Spinola en la guerra de los 30 años hasta que fue herido en Fleurus (anticipación). Alatriste nunca hablaba de su vida de soldado frente a numerosos fanfarrones “más falsos que un doblón de plomo”. Ese día había llovido y mientras los amigos Alatriste, Calzas, Pérez y Vicuña conversaban, Diego realizaba prácticas de caligrafía animado por su patrón: “la pluma es más rentable que la espada”, corroborado por el jesuita: “longa manus calami” mientras el muchacho escribía versos de Lope: “aún no ha venido el villano”. Iñigo recordaba un rayo oblicuo del sol y los ojos glaucos del capitán clavados en él (culteranismo gongorista). Llegaron después el tuerto Fadrique de la botica de Puerta Cerrada, que hablo de como preparar un laxante con la corteza de nuez moscada del Indostán, y Quevedo malhumorado, aunque complacido al comprobar que los versos no eran de sus enemigos Alarcón o Gongora, y recito un verso propio a modo de brindis: “dame no seas avaro, el divino licor de Baco claro”. El poeta se bebió una jarra de Valdemoro de un trago, el rey Felipe IV le había levantado la orden de prisión y exilio que llevaba desde la caída del duque de Osuna. Ahora trabajaba por su rehabilitación y preparaba un Memorial para recuperar una pensión de 400 escudos por sus servicios en Italia (fue espía en Venecia). El jesuita “menos sinuoso que el común de los miembros de su Orden” era un hombre “benévolo y apacible”, bebía moscatel muy rebajado con agua y suplicaba a Quevedo que “no murmurase” y este le replicaba “yo no murmuro: yo afirmo” y lo reafirmaba con un poema: “no he de callar, por más que con el dedo …” y otros sobre la situación de España: “miré los muros de la patria mía”. Quevedo no tenía morada fija y vivía en posadas públicas y sentía “dolor por España” y sus pecados: estupidez, maldad, superstición, envidia e ignorancia. Fue entonces cuando vi la carroza: una mano blanca, cabello rubio con tirabuzones y ojos azules > “del color de los cielos de Madrid pintados por Diego Velázquez” (otro culteranismo). Era Angélica de Alquezar, de 12 años que iba al Palacio Real como menina de la Reina, por la posición de su tío el aragonés Luis de Alqueizar, secretario del Rey. Esta vez la carroza se detuvo por un trozo de “duela” que bloqueaba una rueda, produciéndose una pelea entre el látigo del cochero y las pellas de barro de un grupo de mozalbetes. Diego los disolvió a puñetazo y puntapiés, y presentándose ante la damita quien le dedicó una sonrisa, enamorándose de ella > “acababa de conocer a mi mas mortal enemiga” (anticipación).
4 – LA EMBOSCADA
3 – UNA PEQUEÑA DAMA.
Iñigo reflexiona sobre su infancia: “la verdadera patria de un hombre es su niñez”. La taberna del Turco era una de las 400 de Madrid para 70.000 habitantes (1 por cada 175), era una “bodega de comer, beber y arder”, en la esquina de las calles Toledo y Arcabuz, a 500 pasos de la Plaza Mayor, sobre ella se hallaban sus dos cuartuchos y la taberna hacía de sala de estar.Supuesta ubicación de la taberna del Turco, en el Madrid actual.
Era confortable y entretenida y en su carta de vinos se ofrecían: Valdemoro, Moscatel y oloroso de San Martín de Valdeiglesias. El capitán conservaba cierta afición a la lectura y su autor favorito era Lope de Vega y a las Gacetas de aquel tiempo “magnífico, decadente, funesto y genial” donde aparecían versos anónimos que se reconocían de Quevedo: “Aquí yace Misser de la Florida”. Para Diego, de 13 años, aquella era una “escuela de la vida”. En la taberna se reunía Alatriste con sus amigos para largas discusiones, entre ellos: Juan Vicuña, sargento mutilado de Nieuport, donde perdió la mano derecha, siendo propietario ahora de una pequeña casa de juego. Eran los tiempos de la tregua de Felipe III con numerosos soldados sin trabajo entre ellos Alatriste, cuando acabó la tregua se apresuró a alistarse con su antiguo general Ambrosio de Spinola en la guerra de los 30 años hasta que fue herido en Fleurus (anticipación). Alatriste nunca hablaba de su vida de soldado frente a numerosos fanfarrones “más falsos que un doblón de plomo”. Ese día había llovido y mientras los amigos Alatriste, Calzas, Pérez y Vicuña conversaban, Diego realizaba prácticas de caligrafía animado por su patrón: “la pluma es más rentable que la espada”, corroborado por el jesuita: “longa manus calami” mientras el muchacho escribía versos de Lope: “aún no ha venido el villano”. Iñigo recordaba un rayo oblicuo del sol y los ojos glaucos del capitán clavados en él (culteranismo gongorista). Llegaron después el tuerto Fadrique de la botica de Puerta Cerrada, que hablo de como preparar un laxante con la corteza de nuez moscada del Indostán, y Quevedo malhumorado, aunque complacido al comprobar que los versos no eran de sus enemigos Alarcón o Gongora, y recito un verso propio a modo de brindis: “dame no seas avaro, el divino licor de Baco claro”. El poeta se bebió una jarra de Valdemoro de un trago, el rey Felipe IV le había levantado la orden de prisión y exilio que llevaba desde la caída del duque de Osuna. Ahora trabajaba por su rehabilitación y preparaba un Memorial para recuperar una pensión de 400 escudos por sus servicios en Italia (fue espía en Venecia). El jesuita “menos sinuoso que el común de los miembros de su Orden” era un hombre “benévolo y apacible”, bebía moscatel muy rebajado con agua y suplicaba a Quevedo que “no murmurase” y este le replicaba “yo no murmuro: yo afirmo” y lo reafirmaba con un poema: “no he de callar, por más que con el dedo …” y otros sobre la situación de España: “miré los muros de la patria mía”. Quevedo no tenía morada fija y vivía en posadas públicas y sentía “dolor por España” y sus pecados: estupidez, maldad, superstición, envidia e ignorancia. Fue entonces cuando vi la carroza: una mano blanca, cabello rubio con tirabuzones y ojos azules > “del color de los cielos de Madrid pintados por Diego Velázquez” (otro culteranismo). Era Angélica de Alquezar, de 12 años que iba al Palacio Real como menina de la Reina, por la posición de su tío el aragonés Luis de Alqueizar, secretario del Rey. Esta vez la carroza se detuvo por un trozo de “duela” que bloqueaba una rueda, produciéndose una pelea entre el látigo del cochero y las pellas de barro de un grupo de mozalbetes. Diego los disolvió a puñetazo y puntapiés, y presentándose ante la damita quien le dedicó una sonrisa, enamorándose de ella > “acababa de conocer a mi mas mortal enemiga” (anticipación).
4 – LA EMBOSCADA
Era marzo y anochecía pronto en
Madrid, las calles estaban negras “como la boca de un lobo”. Alatriste y su
compañero eligieron una travesía angosta para asaltar a los dos ingleses, les
habían avisado de la hora de llegada e itinerario y una mejor descripción:
Thomas era más rubio y viejo (30 años) con un caballo tordo y traje gris,
mientras que John era más joven (23 años) con caballo bayo y traje castaño,
llevaban un equipaje escaso en dos “portamanteos”, se hallaban por la calle del
Barquillo (donde se halla el palacio del conde de Guadalmedina) y junto a la
tapia del convento de los Carmelitas, en dirección a las Siete Chimeneas. El
capitán estrenaba capa que tintineaba con los metales: la daga, la espada y la
pistola, aunque esta última estaba prohibida por pragmáticas reales. Mientras
esperaba, recitaba un fragmento de “Fuenteovejuna” de Lope de Vega, uno de sus
autores favoritos. El italiano iba todo de negro, con la cara picada de
viruela. El capitán maldice a los ingleses: “al Infierno, o a donde diablos
fuesen los anglicanos herejes” (frase repetida), mientras trataba de recordar a
todos los hombre que había matado “cara a cara”: en total fueron once, unos en
duelo y otros por encargo. Solo tuvo remordimientos en dos: uno por cuestión de
cuernos y otro por un pleito con el conde de Guadalmedina. Alatriste añoró los
campos de Flandes, como algo “limpio y lejano” frente a aquellas calles de
Madrid. Sonaron las 8 en la torre del Carmen Descalzo cuando vieron aparecer
dos sombras. El italiano lanzó una rápida cuchillada traicionera, mientras el
otro le llamaba Steenie y pidió “cuartel para mi compañero” lo que hizo
exclamar a Alatriste: Voto a Dios y al Chapiro Verde y a todos los diablos del
Infierno. El italiano parecía disfrutar como un gato jugando con un ratón, pero
Alatriste le obligó a dejarlo, frenando incluso una estocada. El italiano huyó amenazándolo
y riendo “como el peor de los augurios”.
El príncipe de Gales llegó a Madrid en marzo de 1623.
El príncipe de Gales llegó a Madrid en marzo de 1623.
5- LOS DOS INGLESES.
El inglés más joven no había sido herido de gravedad, un rasguño superficial en la axila izquierda. Se hablaban con respeto: Steenie y Milord, concluyendo que allí había gato escondido “y de Angora”, se quedó a pesar del refrán “de curiosos están los camposantos llenos”. Los ingleses le aseguran estar en deuda con Alatriste y quieren saber quién lo enviaba. Por temor al sicario italiano y a los hombres de Bocanegra, marcharon todos al cercano palacio de la Marca, conde Guadalmedina, un hombre tan rico que podía perder 10.000 ducados en una noche sin alzar una ceja, era grande de España y amigo de Felipe IV, al que se decía acompañaba en rondas amorosas nocturnas en busca de actrices, era soltero, mujeriego y algo poeta. Había comprado el cargo de correo mayor del Reino tras la muerte del anterior beneficiario conde de Villamediana. En su juventud también fue militar en Nápoles a las órdenes del duque de Osuna, contra los venecianos y turcos, allí se conocieron cuando Alatriste prestó a Guadalmedina algunos servicios en la jornada de las Querquenes. El conde reconoció al hombre del traje gris como Jorge Villiers, marqués de Buckingham, favorito del rey Jacobo I de Inglaterra. Alatriste se despidió de los ingleses debajo del cuadro de Danae y la lluvia de oro, de Tiziano, el joven le dijo que le debía la vida y se presentó como Carlos, príncipe de Gales, hijo y heredero del rey Jacobo de Inglaterra.
6-EL ARTE DE HACER ENEMIGOS.
Al día siguiente saltó la noticia de la llegada del príncipe Carlos Estuardo para negociar el matrimonio con la infanta María, hermana del rey Felipe IV. El proyecto de matrimonio era acogido con frialdad por el conde de Olivares y los consejeros ultra-católicos, apenas hacia 30 años de la Armada Invencible contra la “arpía pelirroja” de Isabel de Inglaterra. María estaba de buen ver según el pintor Diego Velázquez, y además solucionaría el conflicto del Palatinado. El pueblo acudió en masa a la casa de las Siete Chimeneas. Carlos tenía 22 años y era ardiente y optimista. Diego hace una disquisición sobre el “siglo de Oro”: “vimos poco oro y plata la justa”. Guadalmedina paso la mañana yendo de Siete Chimeneas al Alcazar real para informar al rey, incluyendo el asalto pero sin mencionar a Alatriste. El capitán quiso saber quiénes se podían sentir incomodos con el matrimonio: en el interior, la Iglesia y la Inquisición, y en el exterior: Francia, Saboya, Venecia y el Papado, si hubiera muerto el príncipe y el valido hubiera supuesto la guerra entre España e Inglaterra. Guadalmedina no descarta ni al msimísimo Olivares. Se hallaban bajo un tapiz flamenco que habían obtenido como botín en el último saqueo de Amberes y Guadalmedina reflexiona: “aquí todo el mundo presume de hidalgo y como el trabajo es mengua de la honra: no trabaja ni Cristo”. Los enmascarados pueden estar al servicio de Francia o del papa Gregorio XV, que no puede ver a los españoles ni en pintura. Gudalmedina recomienda a Alatristre un viaje bien lejos y no contralo no bajo secreto de confesión, los enmascarados estarán furiosos.
El inglés más joven no había sido herido de gravedad, un rasguño superficial en la axila izquierda. Se hablaban con respeto: Steenie y Milord, concluyendo que allí había gato escondido “y de Angora”, se quedó a pesar del refrán “de curiosos están los camposantos llenos”. Los ingleses le aseguran estar en deuda con Alatriste y quieren saber quién lo enviaba. Por temor al sicario italiano y a los hombres de Bocanegra, marcharon todos al cercano palacio de la Marca, conde Guadalmedina, un hombre tan rico que podía perder 10.000 ducados en una noche sin alzar una ceja, era grande de España y amigo de Felipe IV, al que se decía acompañaba en rondas amorosas nocturnas en busca de actrices, era soltero, mujeriego y algo poeta. Había comprado el cargo de correo mayor del Reino tras la muerte del anterior beneficiario conde de Villamediana. En su juventud también fue militar en Nápoles a las órdenes del duque de Osuna, contra los venecianos y turcos, allí se conocieron cuando Alatriste prestó a Guadalmedina algunos servicios en la jornada de las Querquenes. El conde reconoció al hombre del traje gris como Jorge Villiers, marqués de Buckingham, favorito del rey Jacobo I de Inglaterra. Alatriste se despidió de los ingleses debajo del cuadro de Danae y la lluvia de oro, de Tiziano, el joven le dijo que le debía la vida y se presentó como Carlos, príncipe de Gales, hijo y heredero del rey Jacobo de Inglaterra.
6-EL ARTE DE HACER ENEMIGOS.
Al día siguiente saltó la noticia de la llegada del príncipe Carlos Estuardo para negociar el matrimonio con la infanta María, hermana del rey Felipe IV. El proyecto de matrimonio era acogido con frialdad por el conde de Olivares y los consejeros ultra-católicos, apenas hacia 30 años de la Armada Invencible contra la “arpía pelirroja” de Isabel de Inglaterra. María estaba de buen ver según el pintor Diego Velázquez, y además solucionaría el conflicto del Palatinado. El pueblo acudió en masa a la casa de las Siete Chimeneas. Carlos tenía 22 años y era ardiente y optimista. Diego hace una disquisición sobre el “siglo de Oro”: “vimos poco oro y plata la justa”. Guadalmedina paso la mañana yendo de Siete Chimeneas al Alcazar real para informar al rey, incluyendo el asalto pero sin mencionar a Alatriste. El capitán quiso saber quiénes se podían sentir incomodos con el matrimonio: en el interior, la Iglesia y la Inquisición, y en el exterior: Francia, Saboya, Venecia y el Papado, si hubiera muerto el príncipe y el valido hubiera supuesto la guerra entre España e Inglaterra. Guadalmedina no descarta ni al msimísimo Olivares. Se hallaban bajo un tapiz flamenco que habían obtenido como botín en el último saqueo de Amberes y Guadalmedina reflexiona: “aquí todo el mundo presume de hidalgo y como el trabajo es mengua de la honra: no trabaja ni Cristo”. Los enmascarados pueden estar al servicio de Francia o del papa Gregorio XV, que no puede ver a los españoles ni en pintura. Gudalmedina recomienda a Alatristre un viaje bien lejos y no contralo no bajo secreto de confesión, los enmascarados estarán furiosos.
Madrid era una gran fiesta, con
una romería a las Siete Chimeneas, pidiendo que saliera el príncipe de Gales.
Iñigo fue con Caridad, quien antes que tabernera había sido actriz y luego puta
en la calle de las Huertas. Entonces apareció Alatriste sin afeitar preguntando
si alguien había ido a buscarle a la taberna, también apareció el carruaje de
Angélica de Alquezar, a la que Iñigo se puso “a su servicio”, ella le respondió
con una sonrisa y un “hoy no hay barro” en tono quedo y seductor. Lo presentó a su tío como el paje del capitán
Alatriste, era un hombre vestido de negro con cruz de la orden de Calatrava,
rasgos ordinarios y antipáticos, y un extraño brillo en los ojos, de odio y cólera,
cuando oyó hablar de Alatriste.
La Casa de las Siete Chimeneas.
7 – LA RÚA DEL PRADO
En Madrid era típico “hacer la rúa”, un paseo en carroza, caballo o a pie, que iba por la calle Mayor hasta la puerta del Sol, o se prolongaba hasta el Prado de San Jerónimo. En la calle Mayor se ubicaba el Alcázar Real y numerosas tiendas de joyeros y plateros. El Prado destacaba por su arboleda y sus 23 fuentes, y era citada por Pedro Calderón de la Barca: “al anochecer iré al Prado”, fue el lugar elegido por el Rey para la presentación oficial de su hermana la príncipe de Gales, dentro todo del estrecho protocolo de la Corte española, en el que no podía ni saludar a la novia antes de la presentación, como le informó Olivares al deseoso príncipe: verdes las habían segado. En la puerta de Guadalajara se hallaba la carroza de los ingleses con el conde de Gondomar, embajador español en Londres y fue desde allí que vio por primera vez a la infanta María, señalada por una “banda azul”, quedando el príncipe enamorado y permaneciendo 5 meses en Madrid para conseguir su misión.
Alatriste no se escondió u estuvo entre las multitudes de Siete Chimeneas y El Prado. Era fatalista desde que abandonó la escuela a los 13 años e ingresó en el ejército como “tambor”. Su orgullo y soberbia iban por dentro y solo se manifestaba en “silencios”. Iñigo recuerda entonces la desastrosa batalla de Nieuport (paréntesis narrativo) donde murieron 5.000 españoles con 150 jefes, perdió Juan Vicuña su brazo, mientras que Alatriste y su padre Lope Balboa sobreviven en el “Tercio Viejo de Cartagena”. Al atardecer llegó a la habitación de Alatriste el alguacil Martín Saldaña con varios “corchetes” para llevarlo detenido. Alatriste le explica que “era un trabajo sucio hasta para nosotros”. Saldaña le explica que no querían que registrase la detención en el Libro de Detenidos y Alatriste comprende que quieren asesinarlo. Saldaña llevaba un tajo en la cara tapado por la barba, lo recibió en Ostende y allí estaba también Alatriste, lo desarmó pero le dejó llevar la cuchilla que ya usó en la cárcel. Iñigo cogió las pistolas y espada y siguió la carroza hasta el “Portillo de las Ánimas”, antiguo cementerio moro, deteniéndose en una vieja posada de tratantes de ganado.
Batalla de Nieuport (1600)
8 – EL PORTILLO DE LAS ÁNIMAS
Alatriste fue conducido ante un tribunal en el que estaba el dominico Emilio Bocanegra y el enmascarado con la cruz de Santiago. Se trataba de un interrogatorio y el inquisidor se mostraba furioso, sobre todo quería saber a quién había contado lo de su misión de asesinato, y como se implicó el conde de Gudalmedina, por último quiso saber sus razones personales para traicionar al “bando de Dios”, a lo que Alatriste responde que fue por pedir cuartel para su compañero. Para Bocanegra todos los soldados eran “chusma” pero Alatriste responde que sabe apreciar a un hombre valiente y le devuelve las monedas de oro, menos cuatro doblones “por las molestias”. El dominico le acusa de traidor y le dice que es un “cadáver”, dejándolo en libertad con la amenaza: “la ira de Dios sabrá donde encontraros”, mientras Alatriste se preguntaba: ¿dónde está la trampa?
Iñigo pudo observar la presencia de tres emboscados en las afueras de la posada, disparó a uno de ellos al tiempo que lanzaba a Alatriste su espada, el segundo disparó falló pero le dejó ver a sus dos enemigos: “la suerte socorre a quien se mantiene lucido y firme”. Alatriste logró dar uan estocada en la muñeca a un adversario que luego remató con una “buena cuadra de acero en el pecho”. Entonces le espeta al italiano: “ya estamos parejo”. Alatriste esquivó una estocada baja y rápida como un aspid, pero la daga le hirió en el dorso de la mano. Sin embargo al ver a sus dos compañeros moribundos decidió huir: esta noche no me acomoda, mientras le lanzaba la daga y lo amenazaba: por Belcebú, que no hay dos sin tres. Entonces le dice que se llama Gualterio Malatesta y es de Palermo. Alatristre le pide a Iñigo que vaya a San Andrés por un confesor para el moribundo, de nombre Ordoñez al que conocía de Flandes. Le tocó la mejilla con afecto y la mano ensangrentada sintiendo vergüenza y orgullo.
Iñigo salva la vida a Alatriste, en la versión televisiva.
9 – LAS GRADAS DE SAN FELIPE
Alatriste pensó en mandar a Iñigo una temporada a su casa, pero el muchacho protestó: si he dado dos pistoletazos puedo dar veinte. El capitán le regaló entonces una daga “de misericordia”, su primer arma blanca, que tuvo consigo 20 años hasta clavarla en un francés en la batalla de Rocroi. Mientras ellos vigilaban, Madrid se hallaba en fiestas, con festejos de toros y cañas en la Plaza Mayor. Los reyes Felipe e Isabel eran muy aficionados a los toros y el rey era además un excelente cazador (paréntesis narrativo) en cierta ocasión mató 3 jabalíes y así lo retrató Diego Velázquez y lo celebró Calderón de la Barca: “¿Diré que galán bridón …? En esta ocasión salió un toro demasiado bravo y el rey desde su balcón de la Casa de la Panadería pidió un arcabuz y lo mató de un disparo, hecho celebrado por todos los poetas de la Corte, comparándolo con Júpiter con su rayo o Teseo matando al toro de Maratón. Felipe IV podría haber vencido a Luis XIII y a su ministro Richelieu, pero 30 años después Iñigo lo escoltaba por una España devastada camino de Bidasoa, para la humillante entrega de su hija al rey de Francia (reflexión política). Los rumores de la época aseguraban que la infanta estaba aprendiendo inglés y el príncipe la doctrina católica. Por su parte, Buckingham era un arrogante con pésimas relaciones con Olivares, así cuando se deshizo el compromiso se convirtió en enemigo de España. Iñigo pensaba que Alatriste debió de matar a Buckingham en aquella ocasión a pesar de su gallardía, pero ya le arreglaría las cuentas el puritano Felton (anticipación histórica), que lo puso “mirando a Triana” (expresión de la época) incitado por una tal Milady de Winter (guiño literario a “Los tres mosqueteros”). En la corte existían tres “mentideros” o lugares de noticias: el de San Felipe, las Losas de Placio y el de Representantes. El más concurrido eran las gradas de la iglesia de San Agustín, era el sitio más popular de Madrid y por su proximidad al edificio de la Estafeta de los correos reales, recogía noticias de España y del mundo, siendo la hora punta de once al ángelus de las doce, cuando los agustinos repartían la sopa boba. Quevedo la frecuentaba con sus amigos Calzas, Vicuña y Alatriste, éste último para defenderse de sus rivales Gongora y Alarcón que se la tenían jurada. Gongora le llamaba: “musa que sopla y no inspira”, siendo respondido por Quevedo: “esta cima del vicio y del insulto”. En uno de esos versos Quevedo denunciaba: “cornudo eres, fulano, hasta los codos”, lo que provocó que el aludido fuese a San Felipe en busca de explicaciones , terminando en un duelo en la tapia de Recoletos donde fueron heridos y “se dedicaron a la prosa sin leer ningún soneto el resto de sus vidas” ( humor). Alatriste era poco amigo de las prendas de color, solo una pluma roja en su sombrero, mientras que Quevedo iba todo de negro con una cruz roja de Santiago bajo el herreruelo (capa corta). Se rumoreaba que Buckingham osaba galantear a la mujer de Olivares lo que despertó la “anglofobia” de Calzas, quien estuvo a punto de ser apresado por el corsario Walter Raleigh: la “pérfida Albión”. En esta ocasión en la tertulia se añadieron Juan Manuel de Parada, estudiante de Salamanca, el zapatero Tabarca, jefe de los “mosqueteros” una “chusma teatral” que aplaudía o reventaba las obras de teatro. Calzas aseguraba que la esposa de Olivares “no hace ascos” al pretendiente “a la hora de tomar varas” mientras que el agustino defiende a Inés de Zúñiga como “piadosa”. Otro de los nuevos contertulios era un pintor sevillano de nombre Diego de Silva que se presentaba: “con er permiso de vuesa mersede” (imitación del habla andaluza) siendo ignorado por Quevedo porque a pesar de ser amigo de Juan de Fonseca le había hecho un retrato a Luis de Góngora, por ello debía pagar su pecado con el ninguneo. Después le hizo un retrato a Quevedo y fue amigo de Alatristre, adoptando el apellido materno: Diego de Velázquez.
Quevedo retratado por Velázquez
Despues volvieron a hablar de política europea: sobre el tema del Palatinado. Según el zapatero Tabarca existía un contubernio entre Maximiliano de Baviera, el Elector Platino y el Papa de Roma, razonamiento interrumpido por la llegada de un carruaje de “tusonas” (rameras de lujo) que iban a las platerías de la Puerta de Guadalajara. Quevedo se percató de que seguían a Alatriste y le ofreció su ayuda bromeando con que su maestro de esgrima no era Pachecho. El tal Luis Pacheco era el maestro de esgrima más reputado de Madrid, pero en un duelo con Quevedo le derribó el sombrero al primer asalto, comenzando una enemistad entre ambos: Pacheco lo denunció ante la Inquisición y Quevedo lo ridiculizó en su libro “Vida del buscón llamado Pablos”. Entonces llegó Lope de veha y Quevedo le felicitó por el estreno del día siguiente en el corral del Príncipe, al que irían Alatriste y Balboa. Cerca del “ángelus” llegó la carroza negra de Luis de Alquezar.
Gradas de San Felipe.
10 – EL CORRAL DEL PRÍNCIPE
Camino del Corral del Príncipe, Iñigo recordó como en las gradas de San Felipe se acercó a la carroza de Angélica de Alquezar e intercambiaron unas palabras, le habló de Lope de Vega como un “viejo amigo” y que iba a ir con el capitán Alatriste a la reposición de “El arenal de Sevilla”, entonces se dio cuenta de un detalle “extraño”: no se permitía a las jovencitas hablar con desconocidos y sintió la sensación de algo “peligroso”. La España de Felipe IV amaba “con locura” el teatro, eran comedias de tres actos en versos, con una duración de unas tres horas (paréntesis cultural). Existían dos corrales en Madrid: el del Príncipe y el de la Cruz. El rey era un amante del teatro y de las actrices, como María Calderón, con quien tuvo al segundo Juan de Austria. Había ya tumultos en el convento de Santa Ana, a la entrada del corral del Príncipe. Los hombres y mujeres se sentaban por separado como en la iglesia, y destacaban los “mosqueteros” encabezados por el zapatero Tabarca. Eran frecuentes las peleas por los asientos, incluso los duques de Feria y Rioseco acabaron a cuchilladas en medio de una representación por los favores de una actriz. A la entrada los mendigos pedían limosna entre fueros y amenazas. Los asientos costaron 20 maravedíes pero ya estaban ocupados así que se pusieron de pie al fondo junto a los “mosqueteros”. Iñigo estaba en primera fila con obleas y barquillos cuando notó que Alatriste se llevaba la mano a la espada, mientras observaba a dos individuos que ya lo rondaron el día anterior en San Felipe, e hicieron un “signo de inteligencia” a otros dos. Tras unos golpes y con el grito de “sombreros” se dio inicio a la comedia, viéndose a Laura y Urbana con el fondo de la torre del Oro: “famoso está el Arenal”. Iñigo recordaba aquellos primeros versos y a la actriz María de Castro, que hacía de Laura. Un espectador chistó a Alatriste con la mano en la espada y más tarde le volvió a chistar. El capitán apartó al muchacho y lo mandó con Calzas y Vicuña aprovechando el segundo acto. Entonces sonaron los aplausos por la presencia del Rey, con rasgos pálidos, pelo rubio ondulado y el labio inferior prominente de los Austrias. Iba vestido de terciopelo negro con botones de plata, según su propia pragmática de “austeridad” en la Corte, mientras que sus dos acompañantes ingleses iban llenos de plumas y lazos. El valentón volvió a chistar a Alatriste, quien se percató de la ausencia de los aguaciles , en total eran cinco y al finalizar el segundo acto le llamaron “bellaco”, entonces sacó su espada y daga y se hizo un circulo a su alrededor, le dieron una cuchillada en la cabeza y la sangre lo cegaba. Entonces se sumó Quevedo: cinco a dos ya está mejor. Alatriste se ganó la simpatía del público mientras el Rey dudada en mandar a sus guardias. Al oír que Quevedo gritaba el nombre de Alatriste el príncipe de Gales se unió al duelo, seguido del marques de Buckingham, entonces el rey ordenó la intervención de sus hombres.
El corral del Príncipe.
La pelea según la película.
10 – EL SELLO Y LA CARTA
En Alcázar Real era vigilado por las guardias española, borgoñona y tudesca. En un despacho un hombre leía despachos y cartas, escribiendo notas en los márgenes. El teniente de aguaciles Martín Saldaña condujo a Alatriste ante ese hombre con una cruz de Calatrava, era Gaspar de Guzmán, tercer conde de Olivares y privado del rey. Sus rivales estaban sometidos o muertos, así el duque de Osuna con sus tierras confiscadas, el duque de Lerma al que solo el capelo cardenalicio salvaba de la muerte o Rodrigo Calderón, ya ejecutado. Alatriste lo reconoció como uno de los enmascarados: al que llamaron “Excelencia” y pidió que no hubiera sangre. Mientras los espadachines que habían atacado al capitán ya habían sido liberados y reflexionaba sobre la muerte y las formas de morir. Olivares estaba preocupado por si le había reconocido: ¿me habéis visto laguna vez antes? Luego leyó su historial: lo degradaron de sargento por una pelea con un alférez e iba a ser ejecutado cuando se amotinaron las tropas de Maastrich, ocasión en la que salvó la vida al mariscal Miguel de Ortuña y ello le valió el indulto, más tarde fue licenciado por una herida en Fleurus. También constaba en su hoja de servicios una riña en Nápoles con resultado de muerte y una insubordinación en Valencia cuando la represión de los moriscos: no soy un carnicero. Olivares le explica que Carlos de Inglaterra se había interesado por su situación y hasta el rey deseaba estar la corriente por lo que se trataba de una situación “enojosa”. Luego Olivares apretó el interrogatorio, quería saber si había salvado la vida de un viajero inglés, mientras Alatriste media sus palabras: quien me contrató no quería muertes. Después quiso saber porque su compañero “osó ir más lejos” revelando que otros dieron instrucciones diferentes. Olivares tocó entonces una campanilla y entró Luis de Alquezar, secretario de Felipe IV, al que reconoció como el segundo enmascarado. El valido preguntó al secretario por la “segunda conspiración”, a lo que trató de escabullirse pero al final tuvo que admitir que era obra de fray Emilio Bocanegra, quien no veía con buenos ojos la alianza con Inglaterra. Olivares informa que también estaba por medio el oro de Richelieu, Saboya y Venecia destinado a alguien de la Corte. Olivares le recuerda que fue él quien le nombró secretario privado de Su Majestad y que a Bocanegra le puede salir “gratis” pero a otros le puede costar la cabeza. Alquezar de define como absolutamente “fiel y útil” a lo que Olivares responde “de colaboradores files y útiles tengo yo los cementerios llenos” (humor negro). Alquezar amenazó al capitán Alatriste con un “accidente o algo así” pero Olivares le advierte de no hacer nada por “adelantar” ese desenlace que sería una “afrenta personal”. Además le dio un antiguo beneficio firmado por Ambrosio de Spinola por valor de 4 escudos por sus servicios en Flandes, para que lo cursase. Olivares le advierte que Alquezar no le perdonará jamás y le recordó que no tenía poder sobre Bocanegra, recomendándole volver a Flandes con Spinola. Por último le dio unos presentes del príncipe de Gales: un anillo de oro con el sello de las tres plumas y una carta que obligaba a cualquier súbdito inglés a ayudar a Diego Alatriste”.
El Alcázar Real de Madrid.
EPÍLOGO.
Había amenaza de lluvia y nubes sobre la Torre Dorada del Alcazar. Iñigo había pasado la noche fuera mientras Alatriste se hallaba prisionero. Quevedo se pasó por la mañana y le compró pan y cecina en un bodegón. Entonces reconoció a Gualterio Malatesta, quien le informó de la próxima liberación del capitán y le dio un recado: Gualterio Malatesta no olvida, se trata de una “cuestión personal”.
La Casa de las Siete Chimeneas.
7 – LA RÚA DEL PRADO
En Madrid era típico “hacer la rúa”, un paseo en carroza, caballo o a pie, que iba por la calle Mayor hasta la puerta del Sol, o se prolongaba hasta el Prado de San Jerónimo. En la calle Mayor se ubicaba el Alcázar Real y numerosas tiendas de joyeros y plateros. El Prado destacaba por su arboleda y sus 23 fuentes, y era citada por Pedro Calderón de la Barca: “al anochecer iré al Prado”, fue el lugar elegido por el Rey para la presentación oficial de su hermana la príncipe de Gales, dentro todo del estrecho protocolo de la Corte española, en el que no podía ni saludar a la novia antes de la presentación, como le informó Olivares al deseoso príncipe: verdes las habían segado. En la puerta de Guadalajara se hallaba la carroza de los ingleses con el conde de Gondomar, embajador español en Londres y fue desde allí que vio por primera vez a la infanta María, señalada por una “banda azul”, quedando el príncipe enamorado y permaneciendo 5 meses en Madrid para conseguir su misión.
Alatriste no se escondió u estuvo entre las multitudes de Siete Chimeneas y El Prado. Era fatalista desde que abandonó la escuela a los 13 años e ingresó en el ejército como “tambor”. Su orgullo y soberbia iban por dentro y solo se manifestaba en “silencios”. Iñigo recuerda entonces la desastrosa batalla de Nieuport (paréntesis narrativo) donde murieron 5.000 españoles con 150 jefes, perdió Juan Vicuña su brazo, mientras que Alatriste y su padre Lope Balboa sobreviven en el “Tercio Viejo de Cartagena”. Al atardecer llegó a la habitación de Alatriste el alguacil Martín Saldaña con varios “corchetes” para llevarlo detenido. Alatriste le explica que “era un trabajo sucio hasta para nosotros”. Saldaña le explica que no querían que registrase la detención en el Libro de Detenidos y Alatriste comprende que quieren asesinarlo. Saldaña llevaba un tajo en la cara tapado por la barba, lo recibió en Ostende y allí estaba también Alatriste, lo desarmó pero le dejó llevar la cuchilla que ya usó en la cárcel. Iñigo cogió las pistolas y espada y siguió la carroza hasta el “Portillo de las Ánimas”, antiguo cementerio moro, deteniéndose en una vieja posada de tratantes de ganado.
Batalla de Nieuport (1600)
8 – EL PORTILLO DE LAS ÁNIMAS
Alatriste fue conducido ante un tribunal en el que estaba el dominico Emilio Bocanegra y el enmascarado con la cruz de Santiago. Se trataba de un interrogatorio y el inquisidor se mostraba furioso, sobre todo quería saber a quién había contado lo de su misión de asesinato, y como se implicó el conde de Gudalmedina, por último quiso saber sus razones personales para traicionar al “bando de Dios”, a lo que Alatriste responde que fue por pedir cuartel para su compañero. Para Bocanegra todos los soldados eran “chusma” pero Alatriste responde que sabe apreciar a un hombre valiente y le devuelve las monedas de oro, menos cuatro doblones “por las molestias”. El dominico le acusa de traidor y le dice que es un “cadáver”, dejándolo en libertad con la amenaza: “la ira de Dios sabrá donde encontraros”, mientras Alatriste se preguntaba: ¿dónde está la trampa?
Iñigo pudo observar la presencia de tres emboscados en las afueras de la posada, disparó a uno de ellos al tiempo que lanzaba a Alatriste su espada, el segundo disparó falló pero le dejó ver a sus dos enemigos: “la suerte socorre a quien se mantiene lucido y firme”. Alatriste logró dar uan estocada en la muñeca a un adversario que luego remató con una “buena cuadra de acero en el pecho”. Entonces le espeta al italiano: “ya estamos parejo”. Alatriste esquivó una estocada baja y rápida como un aspid, pero la daga le hirió en el dorso de la mano. Sin embargo al ver a sus dos compañeros moribundos decidió huir: esta noche no me acomoda, mientras le lanzaba la daga y lo amenazaba: por Belcebú, que no hay dos sin tres. Entonces le dice que se llama Gualterio Malatesta y es de Palermo. Alatristre le pide a Iñigo que vaya a San Andrés por un confesor para el moribundo, de nombre Ordoñez al que conocía de Flandes. Le tocó la mejilla con afecto y la mano ensangrentada sintiendo vergüenza y orgullo.
Iñigo salva la vida a Alatriste, en la versión televisiva.
9 – LAS GRADAS DE SAN FELIPE
Alatriste pensó en mandar a Iñigo una temporada a su casa, pero el muchacho protestó: si he dado dos pistoletazos puedo dar veinte. El capitán le regaló entonces una daga “de misericordia”, su primer arma blanca, que tuvo consigo 20 años hasta clavarla en un francés en la batalla de Rocroi. Mientras ellos vigilaban, Madrid se hallaba en fiestas, con festejos de toros y cañas en la Plaza Mayor. Los reyes Felipe e Isabel eran muy aficionados a los toros y el rey era además un excelente cazador (paréntesis narrativo) en cierta ocasión mató 3 jabalíes y así lo retrató Diego Velázquez y lo celebró Calderón de la Barca: “¿Diré que galán bridón …? En esta ocasión salió un toro demasiado bravo y el rey desde su balcón de la Casa de la Panadería pidió un arcabuz y lo mató de un disparo, hecho celebrado por todos los poetas de la Corte, comparándolo con Júpiter con su rayo o Teseo matando al toro de Maratón. Felipe IV podría haber vencido a Luis XIII y a su ministro Richelieu, pero 30 años después Iñigo lo escoltaba por una España devastada camino de Bidasoa, para la humillante entrega de su hija al rey de Francia (reflexión política). Los rumores de la época aseguraban que la infanta estaba aprendiendo inglés y el príncipe la doctrina católica. Por su parte, Buckingham era un arrogante con pésimas relaciones con Olivares, así cuando se deshizo el compromiso se convirtió en enemigo de España. Iñigo pensaba que Alatriste debió de matar a Buckingham en aquella ocasión a pesar de su gallardía, pero ya le arreglaría las cuentas el puritano Felton (anticipación histórica), que lo puso “mirando a Triana” (expresión de la época) incitado por una tal Milady de Winter (guiño literario a “Los tres mosqueteros”). En la corte existían tres “mentideros” o lugares de noticias: el de San Felipe, las Losas de Placio y el de Representantes. El más concurrido eran las gradas de la iglesia de San Agustín, era el sitio más popular de Madrid y por su proximidad al edificio de la Estafeta de los correos reales, recogía noticias de España y del mundo, siendo la hora punta de once al ángelus de las doce, cuando los agustinos repartían la sopa boba. Quevedo la frecuentaba con sus amigos Calzas, Vicuña y Alatriste, éste último para defenderse de sus rivales Gongora y Alarcón que se la tenían jurada. Gongora le llamaba: “musa que sopla y no inspira”, siendo respondido por Quevedo: “esta cima del vicio y del insulto”. En uno de esos versos Quevedo denunciaba: “cornudo eres, fulano, hasta los codos”, lo que provocó que el aludido fuese a San Felipe en busca de explicaciones , terminando en un duelo en la tapia de Recoletos donde fueron heridos y “se dedicaron a la prosa sin leer ningún soneto el resto de sus vidas” ( humor). Alatriste era poco amigo de las prendas de color, solo una pluma roja en su sombrero, mientras que Quevedo iba todo de negro con una cruz roja de Santiago bajo el herreruelo (capa corta). Se rumoreaba que Buckingham osaba galantear a la mujer de Olivares lo que despertó la “anglofobia” de Calzas, quien estuvo a punto de ser apresado por el corsario Walter Raleigh: la “pérfida Albión”. En esta ocasión en la tertulia se añadieron Juan Manuel de Parada, estudiante de Salamanca, el zapatero Tabarca, jefe de los “mosqueteros” una “chusma teatral” que aplaudía o reventaba las obras de teatro. Calzas aseguraba que la esposa de Olivares “no hace ascos” al pretendiente “a la hora de tomar varas” mientras que el agustino defiende a Inés de Zúñiga como “piadosa”. Otro de los nuevos contertulios era un pintor sevillano de nombre Diego de Silva que se presentaba: “con er permiso de vuesa mersede” (imitación del habla andaluza) siendo ignorado por Quevedo porque a pesar de ser amigo de Juan de Fonseca le había hecho un retrato a Luis de Góngora, por ello debía pagar su pecado con el ninguneo. Después le hizo un retrato a Quevedo y fue amigo de Alatristre, adoptando el apellido materno: Diego de Velázquez.
Quevedo retratado por Velázquez
Despues volvieron a hablar de política europea: sobre el tema del Palatinado. Según el zapatero Tabarca existía un contubernio entre Maximiliano de Baviera, el Elector Platino y el Papa de Roma, razonamiento interrumpido por la llegada de un carruaje de “tusonas” (rameras de lujo) que iban a las platerías de la Puerta de Guadalajara. Quevedo se percató de que seguían a Alatriste y le ofreció su ayuda bromeando con que su maestro de esgrima no era Pachecho. El tal Luis Pacheco era el maestro de esgrima más reputado de Madrid, pero en un duelo con Quevedo le derribó el sombrero al primer asalto, comenzando una enemistad entre ambos: Pacheco lo denunció ante la Inquisición y Quevedo lo ridiculizó en su libro “Vida del buscón llamado Pablos”. Entonces llegó Lope de veha y Quevedo le felicitó por el estreno del día siguiente en el corral del Príncipe, al que irían Alatriste y Balboa. Cerca del “ángelus” llegó la carroza negra de Luis de Alquezar.
Gradas de San Felipe.
10 – EL CORRAL DEL PRÍNCIPE
Camino del Corral del Príncipe, Iñigo recordó como en las gradas de San Felipe se acercó a la carroza de Angélica de Alquezar e intercambiaron unas palabras, le habló de Lope de Vega como un “viejo amigo” y que iba a ir con el capitán Alatriste a la reposición de “El arenal de Sevilla”, entonces se dio cuenta de un detalle “extraño”: no se permitía a las jovencitas hablar con desconocidos y sintió la sensación de algo “peligroso”. La España de Felipe IV amaba “con locura” el teatro, eran comedias de tres actos en versos, con una duración de unas tres horas (paréntesis cultural). Existían dos corrales en Madrid: el del Príncipe y el de la Cruz. El rey era un amante del teatro y de las actrices, como María Calderón, con quien tuvo al segundo Juan de Austria. Había ya tumultos en el convento de Santa Ana, a la entrada del corral del Príncipe. Los hombres y mujeres se sentaban por separado como en la iglesia, y destacaban los “mosqueteros” encabezados por el zapatero Tabarca. Eran frecuentes las peleas por los asientos, incluso los duques de Feria y Rioseco acabaron a cuchilladas en medio de una representación por los favores de una actriz. A la entrada los mendigos pedían limosna entre fueros y amenazas. Los asientos costaron 20 maravedíes pero ya estaban ocupados así que se pusieron de pie al fondo junto a los “mosqueteros”. Iñigo estaba en primera fila con obleas y barquillos cuando notó que Alatriste se llevaba la mano a la espada, mientras observaba a dos individuos que ya lo rondaron el día anterior en San Felipe, e hicieron un “signo de inteligencia” a otros dos. Tras unos golpes y con el grito de “sombreros” se dio inicio a la comedia, viéndose a Laura y Urbana con el fondo de la torre del Oro: “famoso está el Arenal”. Iñigo recordaba aquellos primeros versos y a la actriz María de Castro, que hacía de Laura. Un espectador chistó a Alatriste con la mano en la espada y más tarde le volvió a chistar. El capitán apartó al muchacho y lo mandó con Calzas y Vicuña aprovechando el segundo acto. Entonces sonaron los aplausos por la presencia del Rey, con rasgos pálidos, pelo rubio ondulado y el labio inferior prominente de los Austrias. Iba vestido de terciopelo negro con botones de plata, según su propia pragmática de “austeridad” en la Corte, mientras que sus dos acompañantes ingleses iban llenos de plumas y lazos. El valentón volvió a chistar a Alatriste, quien se percató de la ausencia de los aguaciles , en total eran cinco y al finalizar el segundo acto le llamaron “bellaco”, entonces sacó su espada y daga y se hizo un circulo a su alrededor, le dieron una cuchillada en la cabeza y la sangre lo cegaba. Entonces se sumó Quevedo: cinco a dos ya está mejor. Alatriste se ganó la simpatía del público mientras el Rey dudada en mandar a sus guardias. Al oír que Quevedo gritaba el nombre de Alatriste el príncipe de Gales se unió al duelo, seguido del marques de Buckingham, entonces el rey ordenó la intervención de sus hombres.
El corral del Príncipe.
La pelea según la película.
10 – EL SELLO Y LA CARTA
En Alcázar Real era vigilado por las guardias española, borgoñona y tudesca. En un despacho un hombre leía despachos y cartas, escribiendo notas en los márgenes. El teniente de aguaciles Martín Saldaña condujo a Alatriste ante ese hombre con una cruz de Calatrava, era Gaspar de Guzmán, tercer conde de Olivares y privado del rey. Sus rivales estaban sometidos o muertos, así el duque de Osuna con sus tierras confiscadas, el duque de Lerma al que solo el capelo cardenalicio salvaba de la muerte o Rodrigo Calderón, ya ejecutado. Alatriste lo reconoció como uno de los enmascarados: al que llamaron “Excelencia” y pidió que no hubiera sangre. Mientras los espadachines que habían atacado al capitán ya habían sido liberados y reflexionaba sobre la muerte y las formas de morir. Olivares estaba preocupado por si le había reconocido: ¿me habéis visto laguna vez antes? Luego leyó su historial: lo degradaron de sargento por una pelea con un alférez e iba a ser ejecutado cuando se amotinaron las tropas de Maastrich, ocasión en la que salvó la vida al mariscal Miguel de Ortuña y ello le valió el indulto, más tarde fue licenciado por una herida en Fleurus. También constaba en su hoja de servicios una riña en Nápoles con resultado de muerte y una insubordinación en Valencia cuando la represión de los moriscos: no soy un carnicero. Olivares le explica que Carlos de Inglaterra se había interesado por su situación y hasta el rey deseaba estar la corriente por lo que se trataba de una situación “enojosa”. Luego Olivares apretó el interrogatorio, quería saber si había salvado la vida de un viajero inglés, mientras Alatriste media sus palabras: quien me contrató no quería muertes. Después quiso saber porque su compañero “osó ir más lejos” revelando que otros dieron instrucciones diferentes. Olivares tocó entonces una campanilla y entró Luis de Alquezar, secretario de Felipe IV, al que reconoció como el segundo enmascarado. El valido preguntó al secretario por la “segunda conspiración”, a lo que trató de escabullirse pero al final tuvo que admitir que era obra de fray Emilio Bocanegra, quien no veía con buenos ojos la alianza con Inglaterra. Olivares informa que también estaba por medio el oro de Richelieu, Saboya y Venecia destinado a alguien de la Corte. Olivares le recuerda que fue él quien le nombró secretario privado de Su Majestad y que a Bocanegra le puede salir “gratis” pero a otros le puede costar la cabeza. Alquezar de define como absolutamente “fiel y útil” a lo que Olivares responde “de colaboradores files y útiles tengo yo los cementerios llenos” (humor negro). Alquezar amenazó al capitán Alatriste con un “accidente o algo así” pero Olivares le advierte de no hacer nada por “adelantar” ese desenlace que sería una “afrenta personal”. Además le dio un antiguo beneficio firmado por Ambrosio de Spinola por valor de 4 escudos por sus servicios en Flandes, para que lo cursase. Olivares le advierte que Alquezar no le perdonará jamás y le recordó que no tenía poder sobre Bocanegra, recomendándole volver a Flandes con Spinola. Por último le dio unos presentes del príncipe de Gales: un anillo de oro con el sello de las tres plumas y una carta que obligaba a cualquier súbdito inglés a ayudar a Diego Alatriste”.
El Alcázar Real de Madrid.
EPÍLOGO.
Había amenaza de lluvia y nubes sobre la Torre Dorada del Alcazar. Iñigo había pasado la noche fuera mientras Alatriste se hallaba prisionero. Quevedo se pasó por la mañana y le compró pan y cecina en un bodegón. Entonces reconoció a Gualterio Malatesta, quien le informó de la próxima liberación del capitán y le dio un recado: Gualterio Malatesta no olvida, se trata de una “cuestión personal”.